Rosa Tequida, periodista mexicana. En 2002 fue nombrada Periodista Latina del Año por la National Association of Hispanic Journalist.
Primera parte
Se han quedado con el alma en un hilo; se dejaron llevar por el más profundo estado de desesperación y se aferraron a lo único que les quedaba… una esperanza… y mientras rezaron en silencio por un anhelo, por un milagro para sus hijos, cerraron los ojos; se arrojaron al abismo de la incertidumbre y los enviaron con un traficante de humanos en busca de algun pariente, un amigo… un futuro o ninguno que los espere del otro lado de la desconocida travesía.
Era la única posibilidad de salvarlos de los monstruos.
Pero es tan incierta la cita a ciegas de estos niños con el futuro, que en tantas ocasiones el anhelado provenir los deja plantados y los pequeños en manos de insaciables mafias de traficantes, son abandonados, maltratados, violados o asesinados en el trayecto y sus cuerpecitos con freuencia son abandonados en desiertos, ríos o arrojados al mar sin piedad en aguas lejanas, sin que nadie de cuenta de su terrible final.
Los que tienen más suerte logran llegar a tierra “firme” para encontrarse con un mundo que los rechaza y que está haciendo de todo para hacerlos regresar al inferno del que con tanta dificultad han salido.
En Ladisoli, una pequeña ciudad a lo largo el Mar Tirreno, muy cerca de Roma, conocí a Nosas, un inmigrante de Nigeria que fatigado repartía folletos con la fotografía de un niño. Se trataba de su hijo Best de 11 años, lo había enviado desde Libia dos meses atrás en una barca clandestina que entró a Europa por la isla de Malta “…quería salvarlo de la guerra, de la violencia del Boko Haram” me dijo en inglés y “en la barca no había espacio para toda la familia”. Nosas estaba seguro que su hijo vendría a Roma, porque allí habían quedado de reencontarse para luego intentar viajar al norte de Europa. Un conocido le dijo que creía haber visto al niño vendiendo cocos en las playas de Ladispoli y por eso lo buscaba allí.
Era serena, cortante, pesaba la honda desesperación con la que Nosas hablaba de su hijo, contrastaba con la enorme tristeza de sus ojos, que eran más grandes aun en medio de su piel obscura, tan obscura como era en ese momento su realidad… que pequeño es el mundo y que idéntico el dolor de unos y otros… pensé en los miles de niños de Honduras, Guatemala y el Salvador quienes en similares circustancias están viajando sin acompañante hacia Estados Unidos para salvarse de la violencia y la pobreza, y recordé la desperación que ya he visto en otros rostros en el curso de mi oficio cuando me he encontrado con padres que buscan a los hijos que han enviado y que quizá nunca volveran a ver.
De Africa o Sudamérica, de dos lejanos continentes pero con iguales desamparos. Son similares sus historias en el fondo porque es la misma la angustia y es el mismo el dolor de tantos padres y madres que se ven obligados a entregar al azar las vidas de sus hijos en un intento de ponerlos a salvo de los terribles monstruos de la guerra, la violencia y el hambre…
Continúa la próxima semana