Francisco recibió hoy en el Vaticano el Premio Carlomagno, una condecoración internacional que se otorga a quienes contribuyen a la integración de la Unión de Europa.
El galardón le fue entergado a Francisco de manos de la canciller alemana, Angela Merkel, de Martin Shultz, presidente del parlamento Europeo; Jean Laude Juncker, presidente de la Comisión Europea y Donald Task, presidente del Concilio.
Urge “poner al día Europa: una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en sus tres capacidades: integrar, dialogar y generar”, dijo Francisco después de la ceremonia de premiación.
El discurso del Papa fue enfático y directo hacia los gobernantes de Europa, recordó los orígenes del Viejo Continente como un proyecto ejemplar de unidad e integración que en el siglo pasado dejó testimonio a la humanidad de que un nuevo comienzo era posible:
“La creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa…”, expresó.
El Obispo de Roma no perdió la oportunidad para cuestionar sobre la crisis moral que enfrenta Europa como proyecto cultural.
¿Dónde está la Europa humanista?
¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?
La integración e inclusión fueron puntos centrales de su discurso:
“Los reduccionismos y todos los intentos de uniformar, lejos de generar valor, condenan a nuestra gente a una pobreza cruel: la de la exclusión. Y, más que aportar grandeza, riqueza y belleza, la exclusión provoca bajeza, pobreza y fealdad. Más que dar nobleza de espíritu, les aporta mezquindad”.
Habló también con gran lucidez de la situación de desunión que está atravesando Europa al no poder lograr un acuerdo integral para resolver la crisis de inmigración y la falta de disposición de algunos países para aceptar la inmigración como una nueva realidad de Europa, e invitó con energía a un diálogo verdadero.
“La cultura del diálogo implica un auténtico aprendizaje, una ascesis que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado”, explicó.
El papa exhortó a los dirigentes de la Unión Europea a encontrar en la solidaridad un modo de hacer las cosas y de construir la historia actual de Europa:
“Una solidaridad que nunca puede ser confundida con la limosna, sino como generación de oportunidades para que todos los habitantes de nuestras ciudades —y de muchas otras ciudades— puedan desarrollar su vida con dignidad”, dijo.
Francisco no olvidó mencionar el papel trascendental de los jóvenes como pilar del presente de Europa:
“Ellos no son el futuro de nuestros pueblos, son el presente; son los que ya hoy con sus sueños, con sus vidas, están forjando el espíritu europeo”, dijo al referirse al grave problema del desempleo que enfrentan los jóvenes europeos, y reiteró:
“Me he preguntado: ¿Cómo podemos hacer partícipes a nuestros jóvenes de esta construcción cuando les privamos del trabajo; de empleo digno que les permita desarrollarse a través de sus manos, su inteligencia y sus energías? ¿Cómo evitar la pérdida de nuestros jóvenes, que terminan por irse a otra parte en busca de ideales y sentido de pertenencia porque aquí, en su tierra, no sabemos ofrecerles oportunidades y valores?, enfatizó.
El pontífice habló de la necesidad de una fuerte integración cultural y evocando el fuerte discurso “I have a dream” que Martin Luther King dio el 28 de agosto de 1963 frente al Lincoln Memorial, de Washington, el papa Francisco habló casi para finalizar también de su gran sueño para Europa.
“Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida”.
“Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano”.
“Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos”.
“Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”, pidió Francisco.
El Premio Carlomagno es otorgado desde 1950 por la ciudad alemana de Aquisgrán, cuyo alcalde Marcel Philipp estuvo presente junto a numerosas personalidades, entre ellas, su Majestad el Rey de España, Felipe VI.
El Papa Francisco ha sido el segundo Pontífice en recibir este premio, después de san Juan Pablo II en 2004.