Jorge Daniel Camarena coordinó la publicación del Washington Post en México y ha sido coeditor de política. Se ha especializado en la agenda binacional entre México y Estados Unidos.
Alrededor de estas mismas fechas pero hace seis años, a la mitad del sexenio del panista Felipe Calderón Hinojosa, se perfilaba una figura muy clara para la sucesión presidencial del 2012, el entonces gobernador priísta del Estado de México, Enrique Peña Nieto.
Desde esos días, e incluso años antes, la maquinaria política y partidista comenzó a girar los engranajes para encumbrar al que hoy ocupa la silla presidencial mexicana.
La estrategia fue muy clara: apelar al descontento generalizado por la gestión calderonista. Al asegurar que todo sería distinto, mejor, los priístas de todas las corrientes se unieron en el apoyo incondicional de la figura del guapo gobernador mexiquense –Peña– anunciando desde ese momento que recuperarían Los Pinos.
La seguridad de los tricolores era tal que se contagió en las predicciones de la opinocracia mexicana. Incluso los ciudadanos previeron con pesar el regreso inminente del dinosaurio.
Hoy, a la mitad del sexenio peñista, las cosas son muy diferentes. No existe la arrolladora claridad que hubo en ese entonces. Hoy, hay demasiados actores políticos en la búsqueda de la candidatura que los lleve a “La Grande” en un escenario que se percibe neblinoso, sin un claro aspirante que se perfile a la victoria en el 2018.
De regreso al 2009, como muestra de la inercia forzada y la ambición por recuperar Los Pinos, documentos filtrados por Wikileaks, y publicados por el diario británico The Guardian en el 2012, exhibieron que el entonces gobernador del Estado de México presuntamente pagó a medios mexicanos y a encuestadoras nacionales por cobertura favorable, con el fin de mantenerse a la vista de los votantes.
Esta misma táctica fue replicada en los últimos tres años por dos gobernadores de Puebla, Rafael Moreno Valle (PAN) y Chiapas, Manuel Velasco Coello (PVEM) – quien incluso siguió la misma fórmula telenovelesca que siguió Peña Nieto al casarse con una actriz de Televisa– con resultados infructuosos. Ambos gastaron millones de pesos en promocionar su imagen en estados lejanos a los suyos, pero su gestión –aún en progreso– ha sido el principal argumento en contra de sus aspiraciones presidenciales.
En el PRI, partido en el gobierno, a pesar de que desde el arranque del sexenio se barajaban tres nombres como los eventuales sucesores de Peña Nieto y continuadores de su proyecto (Miguel Ángel Osorio Chong, actual secretario de Gobernación; Luis Videgaray Caso, actual secretario de Hacienda y Crédito Público; y Aurelio Nuño Mayer, jefe de la Oficina de la Presidencia de la República) las fallas en sus respectiva áreas de responsabilidad los han dejado muy mal parados ante la opinión pública.
En el caso de Osorio, la desaparición de los 43 normalistas y la fuga de El Chapo Guzmán –sólo por citar un par– son la pesada loza que hunde su posible postulación. Para Videgaray, la punitiva reforma fiscal –que afecta a la mayoría de los ciudadanos–, así como la decadente expectativa de crecimiento económico para México, asfixian su prospección. A Nuño, el mal manejo de las crisis presidenciales –como el escándalo de la Casa Blanca de la primera dama– obstruye su nombramiento.
En la oposición las cosas no son muy distintas.
Dentro del PAN, hasta el momento, los únicos nombres que han sobresalido como posibles contendientes a la Presidencia en el 2018 son el mismo Rafael Moreno Valle, sobre quien pesan acusaciones de represión, desfalco y recientemente la presunta relación de su secretario de Seguridad Pública, Facundo Rosas –el mismo que ordenó la agresiva acción policiaca en San Bernardino Chalchihuapan– con el crimen organizado, en la ordeña y robo de combustible.
La otra posible aspirante dentro del PAN es la ex primera dama Margarita Zavala Gómez del Campo, quien el pasado 14 de junio anunció su intensión por candidatearse a la Presidencia de la República con o sin el apoyo de su partido. No obstante, el defecto más grande que tiene Zavala es su esposo.
En el PRD, el único que se perfila como posible candidato, debido a la campaña en contra de su ex jefe, Marcelo Ebrard Casaubón, es el actual jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera Espinosa. Pero su cercanía al gobierno federal, la evidente caída en la seguridad de la Ciudad de México, así como sus medidas impopulares –como la ampliación del programa Hoy No Circula– lo tienen en el bien arraigado desprecio de los capitalinos.
De acuerdo con una encuesta publicada la semana pasada por el diario Reforma, 42% de los ciudadanos votaría hoy por el fundador del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, lo polarizante de su persona lo coloca en posición de que se repita, por tercera ocasión consecutiva, su fracaso en las urnas. Una cosa es segura, él va a ser candidato nuevamente.
No se debe de descartar la presencia de los candidatos independientes, quienes ya mostraron ser una alternativa en las pasadas elecciones. No sería sorpresa que veamos al mismísimo Jaime Rodríguez Calderón El Bronco, gobernador electo de Nuevo León, participar en la contienda del 2018.
Todavía faltan por lo menos dos años y medio para tener un panorama más claro; suficiente tiempo para que los personajes previamente citados en este espacio semanal caven su propia tumba o encuentren la escalera al cielo electoral.