Jorge Daniel Camarena coordinó la publicación del Washington Post en México y ha sido coeditor de política. Se ha especializado en la agenda binacional entre México y Estados Unidos.
El martes 25 de noviembre, la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano al Partido de la Revolución Democrática (PRD) sacudió en sus cimientos a la escena política mexicana. Fundador y llamado líder moral de este instituto político, Cárdenas aludió su separación a desacuerdos en la forma en la que el partido era conducido.
Apenas, hace menos de dos meses, la madrugada del domingo 5 de octubre, Carlos Navarrete Ruiz, se convirtió en el presidente nacional del PRD, un hecho que significó la prolongación de la hegemonía de la corriente de Nueva Izquierda, conocida como Los Chuchos.
En su renuncia –enviada a través de una carta– Cárdenas aseguró que mantiene con Navarrete profundas diferencias en cuanto a su visión sobre cómo enfrentar los problemas internos del partido, en particular, las medidas que deben adoptarse para que el perredismo recupere la credibilidad, luego de la severísima crisis que se desató por el apoyo que se le dio al ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca, responsable intelectual del ataque y desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Cárdenas afirmó que tomó su decisión en congruencia con sus principios.
Tal decisión ha tenido serias repercusiones en el partido. Sin considerar que todas las figuras políticas, independientemente de su color o procedencia, se convirtieron en el blanco del descrédito generalizado de la población mexicana, la salida del ingeniero ha significado sentimientos de derrotismo y la amenaza de una deserción masiva entre las filas de las corrientes opositoras a Los Chuchos. La senadora Dolores Padierna Luna –perteneciente a Izquierda Democrática Nacional– expresó muy claramente tal sentimiento la misma noche de la renuncia: “No hay dónde ir, sí quisiera irme del PRD pero no sé a dónde irme, no hay a dónde irse. No es este el momento para formar otra institución”.
Desde la trinchera de Los Chuchos, la perspectiva de una desbandada de militantes está lejana. El mismo Navarrete expresó un día después de la renuncia de Cárdenas que no se trataba más que del fin de una época de figuras preponderantes y un cambio generacional en el liderazgo del partido.
¿Qué sigue para el PRD? La respuesta no es clara. No obstante, el hecho es uno y muy claro: la segunda fuerza política del país ha sido herida de gravedad; su presencia y su poder se verán menguados en las próximas elecciones estatales del año entrante.
¿Quién gana en esto?, quizás sea la pregunta adecuada a plantearse.
Dívide et ímpera (divide y domina), máxima latina empleada por Julio César y Napoleón en sus batallas políticas, podría bien ser la respuesta.
Unos años atrás, en mis inicios como editor, un reconocido columnista, que ha escrito y criticado la política nacional más años de los que yo llevo en este planeta, me dijo mientras charlábamos sobre las repercusiones de una movida partidista –debo ser franco, no recuerdo cuál–: “En la política, nada es sin querer”. Cárdenas ha sido acusado por los radicales de haber “traicionado” al PRD en otras ocasiones; su derrota electoral en 1988 contra Carlos Salinas de Gortari es el principal motivo de suspicacias.
El planteamiento es quizás demasiado maquiavélico. Pero con las elecciones 2015 a la vuelta de la esquina, el veredicto está aun en el aire.