México.- Los hay de latón, madera, cartón, e incluso papel. Son engañosos: en las manos de un titiritero, se vuelven los artistas escénicos más resistentes del País. Perduran a pesar de todo.
Desde su primer esplendor en el siglo 19, los títeres mexicanos han viajado en caravana a los escenarios y plazas públicas del País, soportando lo mismo tiempos de escasez que administraciones públicas de la cultura con políticas indiferentes.
Con tantos años de tradición teatral, ¿se les ha otorgado ya el lugar que merecen?
Cuatro compañías de títeres en distintos puntos de su carrera, con historias disímiles, miran con agrado el renovado interés del público en el arte que cultivan. Sin embargo, consideran que aún se sigue viendo a los títeres como un arte menor desde las instituciones.
“Tengo una raíz cultural en los títeres”, dice Pablo Cueto frente a un teatrino. “Lo digo de broma, pero llevo tres generaciones haciendo esto”.
El hijo de Mireya Cueto, nieto de Lola Cueto, no lo presume como un mérito propio, pues se otorga el adjetivo “afortunado”. “Es necesario compartir esa riqueza”.
Cueto recibe a este diario en Francisco Sosa 298, sede de Teatro Tinglado.
“Últimamente ha habido más grupos jóvenes, sobre todo universitarios, que vienen con una preparación mayor”, juzga el titiritero, un creyente de la enseñanza a través de un mentor. De niño iba a los ensayos de su abuela.
Cree que las instituciones no están a la altura del surgimiento de nuevas compañías: “Hay menor apoyo institucional. Cada año va mermando más y más, en general es más difícil. Se ha burocratizado”.
Aclara que él actualmente tiene una beca del FONCA, pero sabe que es una sola persona entre miles. El declive comenzó a partir del 2000, con la alternancia panista.
El reclamo de Pablo lo compartió su madre, fallecida en 2013. La titiritera denunció insuficiencia de apoyos para su arte y un franco desprecio desde tiempos lejanos, cuando Salvador Novo estuvo al frente del Departamento de Teatro del INBA, de 1946 a 1952.
En otro punto de Coyoacán, Amaranta Leyva, de Marionetas de la Esquina, concuerda: “(El declive comenzó) a mediados de Fox. No soy partidista, no soy priista, pero por lo menos se tenía una estructura. Cambiaron las políticas hacendarias”.
La compañía, fundada hace más de 40 años, actualmente alista el Centro Cultural La Titería, que cuenta con un apoyo del Conaculta, la iniciativa privada y la taquilla de sus espectáculos. Ellos ya lograron asentarse, pero no son el común.
Leyva tampoco excusa a la administración actual, compuesta, dice, por la misma gente.
“Antes, quien apoyaba la creación de compañías de títeres era el programa Alas y Raíces, dirigido entonces por Susana Ríos. Ahora ella ya está de vuelta, pero es otra época”, reconoce.
Contra la montaña administrativa de trámites, papeles, sellos y pagos que no llegan, Marionetas de la Esquina sigue adelante con la construcción de La Titería.
Perro Teatro suma 30 años de labor. La primera vez que incursionaron en los títeres fue en 1988 con El señor de las alas.
Pasaron años para que volvieran a trabajar con esta disciplina, pero de qué forma. Su obra Benito y Wataru se presentó en 2014 en más de cien escuelas, en la verbena por los 80 años del Palacio de Bellas Artes y en el circuito teatral de la Ciudad.
“Al regresar a las marionetas no buscábamos un rescate, pues éstas siempre han estado”, juzga Ana Luisa Alfaro, fundadora de la compañía. “Lo que sí rescatamos es el rigor de la técnica”.
La secunda Gilberto Guerrero, la otra mitad de Perro Teatro: “Los títeres en México son una tradición desde el siglo 19. Lo que ahora vemos es un resurgimiento. Tiene que ver con el auge del teatro de calle. Egresamos a mucha gente de las escuelas de teatro y no hay trabajo. Los títeres son una muy buena opción”.
Los nuevos grupos se unen a la tradición de artistas de gran trayectoria como la familia Cueto, Carlos Converso, Marionetas de la Esquina y la compañía La Troupe.
“Lo que hay que considerar es que los títeres no son un teatro de segunda”, concluye Guerrero.
Aunque la mayoría de sus producciones han sido independientes, ambos se suscriben a la denuncia de falta de apoyo.
Ante los ojos de Pablo Cueto, la compañía Caracola Producciones presenta en el Foro La Gruta Shahrazad, una reimaginación de Las mil y una noches que echa mano de tantas técnicas teatrales como historias tiene la protagonista.
Los integrantes de la compañía no pasan los 30 años y prácticamente acaban de dejar la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
“Iniciamos la compañía a partir de la clase Teatro para Niños de Amalia González. La idea era que cada quién haría una obra y nos contactó con un mentor: Pablo Cueto”, relata Gina Botello, directora de la puesta.
Con Cueto aprendieron las bases del teatro de objetos, para después partir hacia otras técnicas. A decir de Botello, la Universidad todavía tiene una deuda: ofrecer una especialidad en su arte.
“El títere da muchas posibilidades. Hay mucho qué explorar ahí que todavía no pasa”, vislumbra.