San Diego.- La frontera que separa Estados Unidos y México es una de las más fortificadas del mundo. A partir del miércoles, será también la única con un aeropuerto que une a los dos países.
Un grupo de inversionistas, entre ellos el multimillonario de Chicago Sam Zell, construyó una elegante terminal en San Diego, California, con un puente que cruza la valla fronteriza de alambre de espinos hasta el viejo aeródromo de Tijuana. Los pasajeros pagarán 18 dólares para caminar 120 metros (390 pies) hasta el aeropuerto internacional de la ciudad mexicana, un trampolín para unos 30 destinos dentro de México.
Se estima que la clientela potencial sería aproximadamente el 60% de los usuarios del aeropuerto de Tijuana que se dirigen después a Estados Unidos, unas 2,6 millones de personas al año. Ahora conducen unos 15 minutos a través de un congestionado paso terrestre, donde tienen que esperar hasta varias horas para entrar en San Diego en automóvil o a pie. El puente requiere apenas una caminata de cinco minutos hasta un inspector fronterizo estadounidense.
“Parece mucho más fácil”, comentó Daniela Calderón, que viaja desde Tijuana cuatro veces al año para visitar familiares en la ciudad mexicana de Morelia.
El único otro aeropuerto trasfronterizo conocido por los expertos de la industria está en la Unión Europea, entre Basilea (Suiza) y Francia, aunque no conlleva el peso político del que une San Diego con Tijuana. Los mexicanos que trasponían corriendo la frontera abrumaron a la Patrulla Fronteriza estadounidense hasta mediados de los años 90, cuando se erigieron nuevos muros y se contrataron nuevos agentes para reforzar la frontera de 3.144 kilómetros (1.954 millas) con México.
Cross Border Xpress, una de las terminales aéreas privadas más grandes en Estados Unidos, no habría existido si Tijuana no hubiese construido su aeropuerto muy cerca de la línea internacional en la década de 1950, o si no estuviese rodeado de terrenos sin cultivar en un sector industrial y yermo de San Diego.
“Es un accidente geográfico notable”, comentó Stanis Smith, de Stantec Inc., arquitecto de la terminal.
La terminal es una de las últimas obras que dejó el ya fallecido Ricardo Legorreta, cuyos colores intensos llevaron el modernismo mexicano al resto del mundo.
Los pasajeros pasan por un patio con un estanque hasta un espacioso edificio con mostradores de venta de pasajes y quioscos. El cielo raso elevado blanco luce círculos anaranjados de luz mitigada. El ambiente presenta toques decorativos discretos.
Los pasajeros deben transportar el equipaje por un puente hasta llegar a los inspectores fronterizos del otro país. Un muro en el medio separa las dos direcciones.
La idea no es nueva: los dirigentes de San Diego propusieron un aeropuerto con una pista en cada lado de la frontera a principios de los años de 1990 para reemplazar en Lindbergh Field, pero el proyecto no avanzó hasta que una pareja mexicana invirtió en 2005 en una compañía que opera aeropuertos en Tijuana y otras once ciudades mexicanas.
El consorcio privado, Otay-Tijuana Venture LLC, no difunde sus proyecciones financieras pero espera ganar dinero con tiendas de productos libres de impuestos, compañías de alquiler de vehículos, restaurantes y tras concesiones. La terminal costó 120 millones de dólares. La ciudad de San Diego aprobó la construcción de un hotel de 340 habitaciones, centro de compras y gasolinera.