Con los ojos llenos de lágrimas y haciendo un esfuerzo para no llorar, un inmigrante musulmán mira con asombro a Francisco que le lava los pies con paciencia, se los seca y por último los besa en una señal universal de amor y hermandad que fue cerrada por un largo silencio.
Fueron once los inmigrantes a los que el papa Francisco lavó los pies este Jueves Santo, entre ellos hindús, coptos, católicos y musulmanes, además de una señora empleada del centro de atención a inmigrantes, localizado en Castel Nuovo di Porto, a 30 kilómetros de Roma, donde este año Francisco decidió que quería realizar la ceremonia de lavado de pies, símbolo de amor y humildad.
Evocando los ataques terrorista en Bruselas, Bergoglio denunció al modo suyo el horror del terrorismo e hizo un enérgico llamado de paz:
“Somos diferentes, tenemos diversas culturas y religiones, pero somos hermanos y queremos vivir en paz”, dijo con visible tristeza.
Para evocar el momento de la Santa Cena donde Jesús lava los pies de los 12 apóstoles, Francisco este año prefirío lavar los pies de inmigrantes para recordar al mundo la tragedia y el sufrimiento de los que se ven forzados abandoner sus hogares por la violencia, las guerras y la miseria.
En este refugio-hogar para inmigrantes Francisco ofreció una misa con cantos y mensajes en diversos idiomas; aquí los inmigrantes permanecen meses hasta que el proceso de petición de refugiados concluye y luego continúan su camino hacia los países del norte.
En años anteriores el Papa ha lavadó los pies a reclusos de una cárcel; enfermos en un hospital y a menores en un reclusorio, como lo hacía en Buenos Aires, cuando era cardenal.
Con el gesto de lavar los pies a inmigrantes, Francisco envió un mensaje claro y directo a la Unión Europea, que parece no encontrar el camino para enfrentar uno de los peores problemas de su historia: La crisis de refugiados que ha desplazado a millones y que vino a unirse al éxodo de inmigrantes africanos que ha sembrado de muerte y dolor el Mar Meditéraneo en los últimos 15 años.