Ciudad del Vaticano.- El Papa Francisco instó a Europa a recuperar los valores de humanismo y solidaridad que inspiraron su unidad 60 años atrás y aseguró que sueña con un “viejo continente” donde ser inmigrante no sea un delito”.
El pontífice pronunció un largo discurso ante las autoridades europeas, jefes de Estado y de gobierno de diversas naciones de la región, congregadas en la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano con motivo de la entrega al Papa del Premio Internacional Carlomagno de Aquisgrán.
En su mensaje, que pronunció en italiano, el líder católico criticó la falta de trabajo para los jóvenes y los intentos por uniformar la cultura que, lejos de generar valor, condenan a la gente a una “pobreza cruel”: la exclusión.
Aseguró que sueña con un “viejo continente” donde ser inmigrante no sea un delito, donde se ofrezca refugio a los pobres y a quienes buscan acogida”.
Europa, dijo, es como una “anciana infértil” que ha olvidado su origen, busca “asegurar y dominar espacios”, que “se van atrincherando”, cuyos ciudadanos caen presas de sus propios egoísmos, mirando sólo a lo útil y “pensando en construir recintos particulares”.
“¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”, cuestionó.
Sostuvo que ante un mundo “atormentado y herido” se necesita volver a la solidaridad y a los valores que inspiran, hoy más que nunca, “a construir puentes y derribar muros”.
Insistió en alertar contra el peligro de “replegarse sobre paradigmas unilaterales” y de “aventurarse en colonizaciones ideológicas”, cuando lo que urge es “redescubrir la amplitud del alma europea, nacida del encuentro de civilizaciones y pueblos”, capaz de “vencer todo encerramiento”.
Llamó a promover por todos los medios posibles una cultura del diálogo que permita mirar al extranjero, al inmigrante, al que pertenece a otra cultura como “sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado”.
“La paz será duradera en la medida en que armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo, les enseñemos la buena batalla del encuentro y la negociación. De esta manera podremos dejarles en herencia una cultura que sepa delinear estrategias no de muerte, sino de vida, no de exclusión, sino de integración”, estableció.
“Hoy urge crear ‘coaliciones’, no sólo militares o económicas, sino culturales, educativas, filosóficas, religiosas. Coaliciones que pongan de relieve cómo, detrás de muchos conflictos, está en juego con frecuencia el poder de grupos económicos. Coaliciones capaces de defender las personas de ser utilizadas para fines impropios.
Armemos a nuestra gente con la cultura del diálogo y del encuentro”, añadió.
Poco afecto a aceptar galardones, el Papa hizo una excepción con el Premio Carlomagno que también fue entregado a Juan Pablo II en 2004. Al inicio de su discurso de este día el pontífice aseguró que ofrece el reconocimiento a Europa y pidió que no sea un “gesto celebrativo” sino una oportunidad para relanzar los valores continentales.
Consideró que en este proceso es fundamental el protagonismo de los jóvenes y, al mismo tiempo, lanzó una serie de preguntas que incluyeron diversas críticas a las dificultades que afrontan ellos, a quienes se les ha privado de un empleo digno que les permita desarrollarse.
“¿Cómo pretendemos reconocerles el valor de protagonistas, cuando los índices de desempleo y subempleo de millones de jóvenes europeos van en aumento? ¿Cómo evitar la pérdida de nuestros jóvenes, que terminan por irse a otra parte en busca de ideales y sentido de pertenencia porque aquí, en su tierra, no sabemos ofrecerles oportunidades y valores?”, cuestionó.
Entonces urgió a la búsqueda de nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad.
Invitó a pasar de una economía líquida, que apunta al rédito basado en la especulación, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social que invierta en las personas, que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo.
Sostuvo que en la realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una “cuestionable racionalidad económica”, es necesario que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo para todos”.
“Si queremos mirar hacia un futuro que sea digno, si queremos un futuro de paz para nuestras sociedades, solamente podremos lograrlo apostando por la inclusión real: “esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario”, ponderó.
Hacia el final de su mensaje llamó a recuperar el sueño de una Europa humanista, que tenga capacidad de “ser madre”, que respete la vida, que se haga cargo de los niños, que socorra al pobre y a quienes llegan buscando acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio.
Un continente que escuche y valore a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte, donde ser inmigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
“Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable”, apuntó.
“Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos”, concluyó.