Por Marina Azuela
“¿Qué no sabe todo el mundo, Maximiliano,
que con las estrellas de México podríamos llenar los cielos de Europa,
con los pétales de orquídeas alfombrar los Campos Elíseos,
con las alas de sus mariposas, tapizar los Alpes?”
Le seduce a Fernando saberse protegido por los rayos de Marte, al nacer en el mes del seductor abril de 1935 un día primero, aunque no crea en la astrología. “Nací, porque no me quedó más remedio. Fue en la casa de mis abuelos que vine al mundo, en el número 150 de la calle de Orizaba de la ciudad de México.
La casa todavía existe, está viejita, y se está cayendo”. Cuenta que lo que más le gustaba de chiquito, además de vivir, era dibujar. Nació zurdo, pero las teorías absurdas de aquél entonces, lo obligaron a escribir con la mano derecha. Así es que desde entonces, dibuja con la izquierda y escribe con la derecha. Por eso se dice, ambizurdo. “Y, como cada letra del alfabeto es un dibujito, me gustó aprender a dibujarlas y después, juntándolas, a hacer palabras, y con las palabras versos y cuentos. El primer libro que leí fue Las Mil y Una Noches. Luego, leí mil y un libros. O quizás no tantos, pero sí muchísimos” –le escribe Fernando a los niños.
Fueron sus padres Fernando e Irene. Doña Irene era hija de José Morante Villarreal, quien llegó a ser presidente municipal, senador, presidente de la Cámara de Senadores y gobernador interino de Tamaulipas. Y del lado paterno fue su tío el célebre antropólogo e historiador Don Fernando del Paso y Troncoso, estudioso y después maestro de náhuatl y a quien se le deben hallazgos maravillosos, entre otros, la localización de documentos inéditos que el humanista encontró en museos y bibliotecas de Europa, y que copió y dibujó para que en América se conocieran, como los cinco volúmenes de Fray Bernardino de Sahagún y la Crónica de Francisco Cervantes de Salazar.
A los trece años Fernando ya estaba escribiendo su primera novela y aunque la dejó inconclusa, tenía ganas de dibujar, deseos de escribir, y sobre todo, sed de amar a sus semejantes que eran sus armas y, en cierta medida, “siguen siendo nuestros únicos recursos”. Entonces estudiaba en la secundaria 14, pues la primaria la hizo en el Colegio Benito Juárez.
Por extrañas coincidencias de la vida a Fernando le pasó algo muy similar que a su tío, pues como él, también dejó trunca su carrera de medicina, para dedicarse a lo que más tarde sería su felicidad. Con la diferencia de que el primero, tomaba muy en serio la historia y el segundo, ya veremos, le dio por divertirse y divertirnos con ella, pues como Voltaire, piensa que “la historia es una broma que los vivos le jugamos a los muertos”.
La verdad es que se enamoró perdidamente de su novia Socorro y como ya quería casarse con ella, pensó que podría mantenerla mejor si estudiaba economía. Tampoco la terminó porque se convirtió en publicista y gracias a los slogans que inventaba, como aquél de la ranita que cantaba “cro-cró-Crolán, cro-cró-Crolán”, logró su cometido.
Así se lo cuenta a Elena Poniatowska: “Me decidí por la economía simplemente porque los economistas tenían muy buenos salarios, pero cuando empecé a trabajar en la publicidad me di cuenta que podía ganar tanto o más que un economista”. Así es que desde los veinte años remó como escritor de textos en las sucursales mexicanas de las prestigiadas agencias de publicidad como Walter Thompson y Young and Rubicam. Pero confiesa: “Me gustó mucho ser publicista, aunque resultó angustioso también porque uno se llevaba el trabajo a la casa cuando las ideas no salían y había una fecha límite de entrega, un dead line sagrado. Cada nueva idea era un reto para la imaginación. Lo malo es que los fines eran bastardos, ¿no?, para vender productos”.
En sus fecundas horas, Fernando, nuestro mozartiano, escribía poemas y fue en 1958 cuando apareció Sonetos de lo diario. La editorial Vuelta reeditó el poemario compuesto de 29 sonetos y acompañados por ilustraciones de su autoría. Por supuesto la obra se dirige a una mujer, su esposa Socorro. Aurelio Asiáin reconoció que Sonetos marianos, se encuentra entre las poesías eróticas de amor más logradas en la poesía mexicana actual. Y es así:
Que te acaricie yo, tus pechos, ave,
como rezar las cuentas de un rosario.
Y que mi amor badajo y campanario
te lo repique yo, que yo te clave.
Que sean mis manos, de tus muslos, llave.
Tu rosa, de mis dedos, relicario,
y en su fronda la lengua de un canario
con mi lengua, la sal, que yo le lave.
Nada más eso pido, quiero, ruego.
A eso me dedico, y a adorarte.
A quererte, y a eso, me consagro.
Y te juro, las manos sobre el fuego,
que volveré otra vez a codiciarte
cada vez que me cumplas el milagro.
Antes, en 1955, ya había recibido su primer estímulo literario: la beca del Centro Mexicano de Escritores, gracias a la cual logró terminar su primera novela, José Trigo. Rememorando quizás un poco al abuelo José que comenzó siendo peón de vía en Ferrocarriles Nacionales, nos ilustra con la historia del movimiento ferrocarrilero de 1958 y al mismo tiempo con la vida de José Trigo.
La obra, apadrinada por Arnaldo Orfila Reynal, además inauguró la serie literaria de la editorial Siglo XXI y ganó el Premio Xavier Villaurrutia. Nos recuerda Elenita que con José Trigo, Del Paso ganó la oportunidad de irse, en 1969, a Iowa City, al International Writing Program, por el cual también pasaron Hernán Lara Zavala, Jorge Ibargüengoitia, Gustavo Sáinz, Antonio Skármeta, Luisa Valenzuela, Silvia Molina, José Agustín y otros escritores de México y Latinoamérica.
No pudo aceptar la primera vez porque tenía muchos compromisos (casado y con tres hijos, tenía varias deudas, entre ellas la del coche), pero adelantó: “Si me la dan el año próximo, me voy”. Ese año, por tanto, se la dieron a Gustavo Sáinz. “Me di cuenta –le platica a la autora de Tinísima– que había que aprovechar esa ocasión a como diera lugar, si no yo no hubiera sido el escritor que soy. Mi mujer tuvo el enorme valor de desbaratar la casa, empacar los libros, desechar el sueldo enorme en la publicidad (yo ganaba en aquel entonces 22 mil pesos mensuales, que era una cantidad bárbara), tirar todo por la ventana, para irnos por 500 dólares a Iowa City con mis tres hijos, Fernando, Alejandro y Adriana. Mi última hija, Paulina, nacería en Londres”.
Luego de terminar José trigo comenzó una de sus novelas favoritas y en 1977 vimos en las librerías Palinuro de México, que nos cuenta la historia de un estudiante de medicina, erótico y tempestuoso, como fila de la ira, enamorado hasta el deliquio de Estefanía, que trota por los arrabales del placer, y que luego de asomarse a los agitadores verdaderos: la Miseria, la Ignorancia y el Hambre de México es asesinado por un tanque de guerra en el aciago año de 1968.
Fernando del Paso, profeta involuntario de Tlatelolco, –sostiene Christopher Domínguez– nos brinda una: “Novela total, organismo que se reproduce consumiendo todo lo que existe, la más compleja de las invenciones novelísticas de la literatura mexicana (…) Contra lo que parece, Del Paso no es un novelista crítico, pues al devorar el mundo, crece; se niega a vomitarlo. Antes que una anatomía, en Palinuro de México se procede a una disección del lenguaje; en esta novela los desahuciados del mundo y de la gloria no se lamentan. Se salvan”.
Para Marco Antonio Montes de Oca Palinuro de México no es, “la recreación de un mundo sino la de todos los mundos imaginables a partir de la cultura: propósito enceguecedor, omnifagia digna de Fausto y suntuoso fracaso que el autor reconoce de antemano. La trama es todo y el personaje casi nada, apenas la red amorfa, la cavidad imaginaria y sensible en que se aloja la espeluznante esperma de la historia y de cierto sistema onírico que en parte la rechaza para darle respiración y espacio a su propio vuelo subjetivo”.
Pero también está el humor, síntoma de salud a la mexicana: “Cuando pasamos por las librerías de derecho, Palinuro señaló los escaparates y exclamó: “¡Mira, mira esos mamotretos donde las polillas se cagan en las leyes!” Y también descubrimos en este orgasmo hiperbóreo, las notas del invierno de Vivaldi, entre las llamaradas de presagios, el olor del jabón de Marsella y los rostros en el claroscuro de los nomeolvides; los pensamientos anaranjados y en los pezones, esplendor de uvas navegantes, el ritmo alfa del cerebro; los humores del alba, y que la infancia es un río de serpentinas. Por Palinuro de México obtuvo el Premio de Novela México, el Premio Internacional Rómulo Gallegos y Francia le otorgó el Premio al Mejor Libro Extranjero.
A partir de entonces, delpasiano es sinónimo de todos los tiempos, del cerrojo que abre la frase redonda y perfecta, del infinito que toca el caracol cuando la historia y la fantasía al fin se abrazan y se dan la mano.
En 1971 llegó con su familia a Londres contratado por la BBC. Ya había recibido la beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, la cual se le otorgó nuevamente años después. Catorce años trabajó como traductor, productor de programas de radio, guionista y locutor en la BBC.
Todos los días a las cinco de la mañana ya estaba desayunando su sándwich de tocino al que, muy sorprendidos los ingleses, le incluía rodajas de jitomate crudo. Cuenta que trabajó siempre con latinoamericanos, “y de algunos de ellos nos hicimos muy buenos amigos: aprendimos, en nuestra isla latinoamericana, rodeada de un mar de ingleses que pertenecíamos todos a una patria grande”.
Y fue también en la tierra del roast beef donde comenzó una de las aventuras literarias más atrevidas por subversiva de la que se haya tenido noticia en México: la enervante historia de amor de Carlota por Maximiliano de Habsburgo. Diez años se fue de paseo con esa loca de la casa a la que nombran imaginación entre etimologías, curiosidades y anécdotas para recrear la novela fundamental sobre la intervención francesa en México y fue en el año de 1987, cuando México leyó con una avidez nunca antes vista, Noticias del Imperio.
Porque entre las líneas leímos un amor a México que abofeteaba a esa confusa autodenigración. Porque vimos que a Carlota, la loca del castillo de Bouchot, Del Paso sí le inventó una locura inacabable y magnífica, un delirio expresado en todos los tiempos verbales del pasado y del futuro y de los tiempos improbables o imposibles. Se lo inventó a María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina, Princesa de la Nada y del Vacío, Soberana de la Espuma y de los Sueños, Reina de la Quimera y del Olvido, Emperatriz de la Mentira y a Maximiliano, sí le dio una muerte más poética e imperial.
Porque a favor de Maximiliano está su muerte, están las gotas de sangre que se mezclaron con la tierra de las Campanas, y están sus últimas palabras, su ¡Viva México! Porque sí logró conciliar todo lo verdadero de la historia con lo exacto de la invención. Pero también nos colocó frente a un espejo, que nos reflejó ese filo tremendo de la historia: “La patria y tus hijos te bendigan Benito; porque les diste libertad, porque separaste el Poder Temporal del Poder Espiritual y acabaste con el yugo de la Iglesia (…) Y triunfaste sobre los invasores y el Príncipe extranjero y restauraste la República.
Y consagrarlo: Gracias, Benito, San Benito, San Pablo Benito Juárez. O bajarlo del nicho y maldecirlo: por atentar contra las creencias más sagradas de su pueblo, por querer hacer de México un país de herejes y protestantes. Y llamarlo traidor por vender a México a los Estados Unidos, por doblar las manos ante los yanquis, por refugiarse, siempre que pudo, bajo la bandera de las barras y las estrellas”. Noticias del Imperio obtuvo el Premio de Literatura el mismo año en que salió publicado.
Todo estaba bien en Inglaterra. Jamás se sintió inmigrante, sino más bien una especie de turista cultural eterno. Aunque, como el caracol, nos llevamos nuestra casa y nuestra patria a cuestas. Pero se hubiera muerto de hambre Fernando con esa frugal comida inglesa, si no hubiera tenido en casa manjares dignos de los dioses, gracias a la imaginación culinaria de Doña Socorro.
Fue por ello que Fernando Del Paso escribió sus recetas y nos volvió a regalar otro libro espléndido: Cocina Mexicana al alimón con su compañera, Socorro Del Paso. En esta obra, además de que podemos comer delicias, vuelve el amor a México a surgir: “¿Que sería de los italianos sin sus pizzas? ¿De los norteamericanos sin su Ketchup? ¿De los húngaros sin su goulash? O mejor dicho ¿qué sería de estos y otros platillos, purés, salsas y jugos sin la existencia de ese maravilloso fruto que es el jitomate? Escandalizado por el desacato de algunos pseudosabios, que atribuyen al Perú el origen del jitomate, yo, como mexicano, afirmo que un fruto de semejantes redondeces y semejante color (todo él lujuria apretada, rojo corazón congelado de doncella azteca) sólo puede ser originario de un país, que en una época no muy lejana, fue casi un paraíso”.
En el libro, Del Paso nos enseña que el aguacate, ahuacátl, es otra de las dádivas de México al mundo y que en lengua náhuatl significa testículo. Que el cultivo del maíz se remonta en América a unos 16 mil años y comenzó en la no menos legendaria región conocida como mansión de los dioses, lugar del ave y la serpiente y paraíso de Oriente de abundancia colosal, que se llamó Tamoanchán, en las huastecas mexicanas. Y qué sería de los norteamericanos sin el whisky, conocido como bourbon, que se destila del grano del maíz. O del peanut butter, que no falta en su mesa.
Y después de pasar revista por todos los regalos que México le ha dado al mundo, entre los que destaca, el chicle, el chocolate, el cacahuate y la vainilla llega al más peligroso de todos, “pero peligroso para el profano, para el despistado, para el novato y para quien se inicia en sus secretos”: el chile. Pues, “Bienaventurados los que aprenden a gozar de este refinamiento sutilmente masoquista que es la gloria de tantas salsas, caldos, adobos y aderezos de la cocina mexicana”.
Pero no sólo se solaza hablando de estos dones, sino también de aquellos que nos ha dado el mundo para lograr, según lo afirma, tener una de las tres cocinas más ricas, incluyendo la francesa y la china. Porque “Bodas fueron, sí, lo que hizo nacer a la gran cocina mexicana. Bodas de sangre que corrió y corría por ambos lados: no sólo por las escalinatas de los templos y las pirámides aztecas: también por la piel de los siniestros Cristos españoles (…) y perdóneme el lector el preciosismo retórico, el oxímoron perfecto, símbolo de la cocina mexicana, o en otras palabras, la unión de los contrarios”.
Fernando del Paso no sólo es el publicista, el poeta, el novelista genial y el dibujante, sino también el gourmet que ha saboreado los más exóticos platillos del mundo, los más lejanos y extraños a nuestro paladar y por ello debería México presentarse con este libro-manjar ante la UNESCO, para que se enteren por qué la cocina mexicana debe de ser patrimonio cultural de la humanidad. “México es un país cuya cultura –y la cocina desde luego forma parte muy importante de esa cultura– es, en gran medida, reflejo de su paisaje. En otras palabras, reflejo de una naturaleza bárbara y mágica, mística y surrealista”.
Además escribía en ese tiempo y desde Londres, y después desde París, una columna para El Día, Proceso, Vuelta, La Jornada, Revista de la Universidad e Interviú. Y una se imagina que, cansado de hacer campañas y anuncios para Canada Dry, eslógans para Palmolive y jingles para Campbells y harto de la persuasión y las mil fórmulas publicitarias hasta la sintaxis de la náusea, y de que, “en Londres pasé la friolera de catorce años” haya aceptado el nombramiento de Consejero Cultural de la Embajada de México en París y después, de 1989 a 1992, Cónsul General de México en París.
Pero no, “lo acepté por dos razones, una de ellas simplemente económica: el sueldo de diplomático era mucho más alto que el de periodista en Radio Francia Internacional. La segunda fue más importante: Vivía muy aislado de México, de modo que para mí, la entrada a la diplomacia tuvo un significado enorme, porque fue como poner otra vez los pies en México, no sólo por el hecho de la extraterritorialidad sino por estar en contacto con gente de mi país y aprendiendo de él lo que había olvidado y descubriendo cosas nuevas de las que no tenía ni idea: esos dieciséis años de ausencia, dos en Iowa y catorce en Londres, me habían alejado de los escritores más jóvenes, los nuevos cineastas, los poetas, los pintores y los escultores”.
Entonces se dio a la tarea de servir, ahora desde la trinchera del gobierno, a los mexicanos. Coordinó exposiciones de pintura y de fotografía, le llevó a los franceses conciertos, danzas y cocina, dio a conocer a los jóvenes poetas, a los artesanos, además, firmaba actas de nacimiento, de matrimonio y, es que “El trabajo de cónsul es pesado, tenso, tiene mucho de burocracia y se conocen momentos difíciles porque el cónsul no deja de ser el protector de los ciudadanos mexicanos que viven en París o pasan como turistas (…) El trabajo era enorme. Algunos creen que las embajadas son un sitio en el que uno vive como príncipe, sin hacer nada, a costa del erario nacional. Nada más falso”.
Finalmente regresó a su patria y en 1992 fue nombrado director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara y un año después –por acuerdo presidencial–, Fernando Del Paso fue nombrado Creador Emérito. En 2007, se hizo acreedor al Premio (Juan Rulfo) de la Feria Internacional de Guadalajara, en reconocimiento a su aportación a las letras mexicanas.
Como Víctor Hugo, Fernando del Paso es también pintor. Ha expuesto en Londres, París, Madrid, Cuba y varias ciudades de los Estados Unidos. En México, su obra se ha montado en el Museo de Arte Moderno y el Museo Carrillo Gil y en el Hospicio Cabañas en Guadalajara. Trece Técnicas Mixtas ha itinerado por diversos estados de la república.
En 1992 recibió el Premio Nacional de Letras y Artes y desde 1996 es miembro del Colegio Nacional. El día que le entregaron el Premio Nacional, le agradeció al gobierno, pero se lo dedicó a su patria y entonces leyó: “Esa patria tan abstracta y tan inasible pero tan concreta también porque es con los ojos con los que bebemos sus mil paisajes, con los labios que besamos sus frutos, con los pies que acariciamos sus caminos; patria siempre virgen, patria tantas veces violada sin amor y con incuria. ¿Qué decirle a una patria así (y cómo) sin caer en la cursilería y el patrioterismo, pero con las mejores intenciones de darme un chapuzón en la poesía, y bañarme y ahogarme casi con los adjetivos más luminosos que me inspiren la salazón y la frescura de sus entrañas?
Quizás, patria, lo mejor sea tutearte, como el poeta, y aprovechar este foro no para arrancarle a la epopeya un gajo sino nada más que para decirte, patria, con modestia y a riesgo de equivocarme, algunas cosas que quería decirte… Gracias patria, y cuídate. Gracias por haberme hecho escritor y cuídate; sé fiel a tu espejo diario, pero ponte tus moños; patria, sé amiga de otras naciones, pero ahora que se desmoronó el gran imperio de Oriente, no dejes que Tocqueville tenga ni siquiera la mitad de la razón.
Gracias, patria, por educarme en la libertad y cuida la tuya de los policías del mundo. No dejes nunca que la derrota de la llamada izquierda comunista signifique jamás el triunfo, perdóname el juego de palabras, de la más siniestra de las derechas; no te olvides, patria, de que todavía muchas naciones hermanas de América tienen las venas abiertas y que por más que se hayan desvirtuado las grandes revoluciones de algunas de esas naciones latinoamericanas, fueron ellas y no los extranjeros que tantas veces las han invadido, y no las dictaduras locales, las que dieron dignidad humana a sus pueblos.
Gracias, patria, por enseñarme a hablar y escribir mi verdad, y conoce la tuya: por más acompañada que parezcas, estás sola. Los veneros del petróleo que te dio el diablo, cóbraselos caros al mismo diablo siempre que puedas; y los veneros de uranio, de plata, de café: vende todo, lo que puedas, al mejor de los postores, pero no vendas tu alma, no la hipoteques, no la enajenes, patria; tu superficie es el maíz, cuídalo y cuida el relámpago verde de tus loros, pero no dejes que los intereses, de ecólogos de esos países extranjeros que fueron los primeros en devastar el planeta, y que aman más a los perros que a los niños, intervengan en tu forma soberana de administrar tus riquezas naturales, en beneficio de tu pueblo.
Gracias, patria, por hacerme tu ciudadano, y cuida que todos tus hijos sean ciudadanos en pleno ejercicio de todos sus derechos y no permitas que sea desde el extranjero que se les dicte la abstinencia política. Gracias, patria, por enseñarme tu historia, tan grande y magnífica, tan sangrienta y gloriosa, y no la olvides tú misma, que si en algo se parecen los líderes de la teología de la liberación que en este siglo dio la América católica a los héroes, como el cura Hidalgo y el cura Morelos, que te hicieron independiente (y por eso decimos que nos dieron patria y libertad) es porque ejercieron su derecho a luchar por la justicia social cuya conquista todavía parece a veces tan lejana. Gracias, patria, por hacer de mí un hombre moderno y no permitas tú que nadie desde el exterior estorbe tu camino hacia la modernidad y te dicte políticas demográficas y obstruya las medidas destinadas a combatir las plagas de nuestra época. Gracias, pues, patria mía, por hacerme mexicano; y te llamo mía, aunque eres de todos y de nadie, porque fuiste mi mejor regalo de nacimiento, suave patria, patria suave y dulce, feroz y amarga, tierna y áspera suave patria mía, impecable y diamantina”.