México.- Tras cinco días sepultado entre los escombros del sismo del 19 de septiembre de 1985, Óscar Flores Lomelí fue rescatado sin un brazo y en calidad de desahuciado.
“Descubrí que el infierno existía y sin necesidad de morirme. En ese momento no comprendí por qué me había pasado todo esto. No sabía cuál era el propósito de Dios, pues casi todos habían muerto, menos yo. Fue difícil, pero ahora lo sé”, comentó.
A 30 años del terremoto, que con una intensidad de 8.1 grados en la escala de Richter sacudió a la Ciudad de México a las 7:19 horas, Flores Lomelí relata su experiencia como sobreviviente.
Tenía 29 años y esa mañana acababa de levantarse, mientras que su esposa Rebeca Orozco aún permanecía en la cama. Vivía en el departamento 114 del piso 6 en el edificio Nuevo León, en Tlatelolco.
Todo sucedió tan rápido, dijo. Una de las columnas de la construcción cayó sobre su brazo, pero fue esa misma estructura la que evitó que el resto del edificio le cayera encima, pues todo se encontraba en ruinas.
“Al cuarto día del sismo, las autoridades tomaron la decisión de fumigar para evitar la propagación de plagas y enfermedades, pero ante la insistencia de los familiares para que continuaran las labores de búsqueda, recurrieron al apoyo de los perros, que detectaron una señal de vida”, explicó en conferencia de prensa.
Para ese momento, los rescatistas no sabían si se trataba de un perro, un gato o un ratón. Gracias al equipo de sonido de un señor, lograron escucharlos y comenzaron a escavar.
“Apenas si podía hablarle a los rescatistas, pues con el brazo cercenado había perdido demasiada sangre y mi boca se me estaba despellejando por la falta de hidratación.
“Después de un rato, el cansancio comenzó a invadirme. Por un lado, sentía la tranquilidad de que nos habían encontrado, y por el otro, incertidumbre de ver a qué hora nos sacaban o en qué momento me moría”, recordó.
Una nueva historia
Catorce horas después de que los rescatistas los encontraron, sintió un jalón en su cuerpo, pero no dolor. “Me encontraba en un trance en el que no existía el miedo, me sentía con mucha vitalidad, energía y una paz que jamás en mi vida he vuelto a experimentar.
“Mi reserva de sangre estaba por agotarse, mi brazo estaba gangrenado y los médicos describieron mi estado como el de un sueño agónico. Cuando me sacaron sentí el aire y vi un pequeño fragmento de cielo porque de inmediato me pusieron una sábana encima de todo el cuerpo.
“A bordo de la Cruz Verde, me trasladaron al hospital de Xoco, donde llevaban a los desahuciados. Media hora después, sacaron a Rebeca, quien sólo quedó con raspones, moretones y la uña levantada del dedo gordo del pie derecho”.
Durante dos semanas, Óscar Flores permaneció en el área de terapia intensiva y sin esperanza de vida. Ya fuera de peligro, el entonces presidente de México, Miguel de la Madrid, llegó a visitarlo con su familia. “Platicó un buen rato conmigo y me llevó pollo y cortes de carne para comer y compartirle a mis compañeros.
“Después del sismo, volví a nacer, volví a tener una oportunidad. Haber perdido un brazo jamás me importó, porque cuando respiré el aire sentí que podía con todo, que cualquier obstáculo que se impusiera en mi camino, sería nada.
“Hoy me interesa transmitir un mensaje de fe, esperanza y amor, porque no se necesita estar así (sin un brazo) para valorar la vida, ni tampoco se requiere vivir lo mismo que yo para saber que hay una esperanza. Si algo malo te sucede ahora, es porque Dios tiene planeado algo bueno para ti”, subrayó.
Al salir del hospital, Óscar Flores Lomelí se fue a vivir a Chihuahua. Allá trabaja como jefe de seguridad industrial en una constructora. Al año y medio del sismo, se divorció de Rebeca y en la actualidad también participa en charlas para la prevención de desastres.
Su relato fue capturado en el programa especial “México. La tragedia del 85”, que el pasado 13 de setiembre transmitió el canal Nat Geo junto con el de otros cuatro sobrevivientes: Roberto Chávez Manjarrez, Alejandro Barrón Terrones, René González y Evangelina Corona.
“A pesar de todo, vale la pena seguir viviendo, porque lo mejor de la vida, es la misma vida”, concluyó Flores Lomelí.